Habreis leído o escuchado la noticia. Nueve japoneses mueren en dos suicidios colectivos. El método elegido ha sido el mismo y al parecer ninguno de los suicidas tenía relación previa con los demás. La hipótesis que se baraja es que se pusieron en contacto por internet en algún tipo de página web que incita al suicidio y da consejos sobre la mejor forma de llevarlo a cabo.
A raíz de este acontecimiento se van aireando algunos datos espeluznantes: más de 34.000 japoneses se suicidaron en el 2003, habiéndose incrementado la tasa de suicidios ese año un 22% entre los menores de 19 años y un 60% (sic) entre los escolares.
¿Motivos para esta actitud ante la vida y ante la muerte?
Hoy se habla mucho del estrés al que están sometidos los japoneses. La vida laboral del trabajador medio japonés es totalmente absorbente. Todo el día trabajando y por la noche cenar con el jefe para planificar el trabajo de la próxima jornada. Presión social que repercute en aquél que no se mata a trabajar. Alienación personal frente al grupo.
Y como siempre ocurre la vida de los adultos se refleja en la de los jóvenes. El hikikomori afecta a uno de cada diez adolescentes japoneses. Este trastorno consiste en el aislamiento absoluto como vía de escape a una realidad en la que se hace imposible vivir. Los jóvenes se encierran en sus cuartos y durante unos años se niegan a salir, incluso en ocasiones, a comunicarse con su propia familia.
Parece que la sociedad japonesa sigue exigiendo a sus ciudadanos lo que éstos no pueden darle: comportarse como samurais.
Un ejemplo que evidencia la unión entre esta exigencia y los suicidios es el de los kamikaze durante la Segunda Guerra Mundial.
Un samurai que fallaba en su cometido tenía que practicar el harakiri para limpiar su honor. Otra asociación peligrosa: suicidio y honor.
No es extraño que el suicidio ronde la mente de quienes lo pasan mal y no ven salida a una mala racha. A mi tampoco me extraña que en Japón tanta gente de el último paso.
Lo más triste de la noticia con la que empezaba es que parece que estos desgraciados se sentían solos. Incluso para poner fin a sus vidas necesitaron compañía.
jueves, octubre 14, 2004
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