La fiesta de la primavera comenzó como una forma de recaudar dinero para el vieja de fin de curso de las distintas facultades y escuelas universitarias. En un descampado se montaban barras de bar. Cada titulación se afincaba en una y ofrecía cerveza a precios no muy caros. También había conciertos, el ambiente era agradable y si el tiempo primaveral acompañaba la jornada podía ser redonda (si además ligabas ya no te cuento).
Entonces llegó la comercialización. Espónsores (si es que este palabro existe) y patrocinadores. Después las fiestas orquestadas por importantes compañías alcohólicas o de refrescos mataron la iniciativa original y cuando los peseteros vieron que la gente se llevaba su propia bebida y que no había negocio dejaron de organizarlas, dejando un panorama desolador para el carácter típicamente festivo de los andaluces que ya nos habíamos acostumbrado a reunirnos entorno a unas copas y al aire libre cuando los últimos días de marzo se acercan.
Cuando se retiraron los del capital pareció que se había acabado todo. Nadie vino a organizar la fiesta de aquel año, sin embargo comenzó a desplegarse el boca a boca. Tímidamente los primeros años, con la incertidumbre de qué iba a ocurrir la afluencia no fue como la de años anteriores. Pero año tras año la tradición se afianza y el año pasado asistieron unas 70.000 personas. Este año no han sido menos.
De camino a Puerta Triana (uno de los dos emplazamientos de la fiesta, consistente en varias calles situadas entre algunos edificios de la Expo'92) algunos amigos comentábamos:
"Hay cierto instinto masoquista en la fiesta de la primavera. Todos los años hay robos, peleas y con un poco de mala suerte alguna puñalada. Ir allí es como comprar un billete de la lotería de babilonia, lo que te pase sólo es cuestión de suerte."
Unas horas después estaba con otros amigos, de pié, junto a una de las calles exteriores y un cani en moto le arrancó a uno de ellos las gafas de sol. Resulta que mi amigo es atleta y corre maratones por lo que no vió extraño lanzarse a la carrera tras la moto. Cuando volvió nos contó que el ladrón, en cuestión de 200 metros o algo más había robado otras dos gafas. Supongo que la novia del cani, que iba montada de paquete en la moto, estará muy orgullosa de su macho alfa. Seguro que se puso cachonda.
Después íbamos hablando, riéndonos y comiéndo patatas fritas de una bolsa de medio kilo cuando a otro cani (están por todas partes, lo infectan todo, no es posible exterminarlos, una verdadera lacra social) parece que le entró hambre y claro, pudiendo quitarle el paquete de patatas al primero que pase para qué se va a molestar en ir a comprarlo (no penseis que el móvil era económico, esta gentuza lleva en cadenas de oro mi presupuesto de muchos años). El que llevaba el paquete reaccionó con rapidez y evitó que el mamarracho aquel se saliese con la suya. Y ¿cuál creeis que fue la reacción del joputa? Pues quedarse mirándonos desafiante, como si le hubiésemos ofendido. Como dicen: ¡es la poya!
Y a la tercera casi fue la vencida. Por si no estábamos bastante jodidos con todas estas tonterías viene un tercer cani de mierda dándole patadas a la innumerable masa de basura que había por todas partes con el resultado de que algunas botellas de plástico vacías volaron hasta estrellarse con otro de mis amigos. Otro amago de pelea, más chulerías y más adrenalina. ¡Mierda!
Por supuesto no todo fue malo. Puedo asegurar que lo pasé muy bien, pero no sé si iré el año que viene. Una lástima, es una fiesta que me gusta porque no sales de tu casa a las doce de la noche para encerrarte en un antro cualquiera, no necesitas vestirte de una forma concreta para que te dejen entrar (porque de lo que se trata es de salir) y, de algún modo, se respira libertad.
sábado, marzo 19, 2005
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