El cabreo que provocamos en las personas cuando nos reímos de sus
creencias es directamente proporcional al tamaño del disparate que
posean las mismas. Es decir, que si nos reímos de que uno crea que la
capital de Francia es París, ese no se mosqueará nada porque esa
creencia no es ningún disparate. Pero si nos reímos de que uno crea en
los marcianos, ya empiezan las malas caras. Finalmente, si nos reímos
de alguna de esas colecciones de cuentos fantásticos que son las
religiones, las repercusiones pueden implicar ir a la cárcel, ser
víctimas de un atentado o, a poco que nos lo propongamos, iniciar una
guerra.
Mauro Entrialgo, Santi Orue y Ata - Cómo convertirse en un hijo de puta